CINEISMO / 24º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata
SECCION COMPETENCIA ARGENTINA
TL-2: La felicidad es una leyenda urbana (Argentina, 2009. Dirigida por Tetsuo Lumière). Tetsuo Lumière vuelve a explotar las ideas y los recursos que convirtieron a TL-1: Mi reino por un platillo volador (2004) en uno de esos inesperados y bienvenidos hallazgos que cada tanto nos depara el cine nacional.

TL-2: La felicidad es una leyenda urbana confirma la admirable capacidad de este emprendedor (además de director suele ser guionista, productor, escenógrafo y montajista de sus películas) a la hora de reciclar con humor, espíritu de homenaje y una pizca de melancolía muchos rasgos del cine de ciencia ficción de bajo presupuesto de hace 50 años, y gran parte del imaginario del cine mudo que se hacía más de un siglo atrás. Se lo ha tildado de excéntrico, y lo es: no hay otro que encare con ingenio y perseverancia esta clase de experimentos (en este sentido, más que Lumière debería llamarse Méliès). Pero también es egocéntrico, y en la ocasión –como si todo lo demás fuese poco- vuelve a hacer de actor, para ocupar el centro en la piel de un realizador que se le parece... aunque no es igual: el de la ficción quiere ganar fama y dinero con una película de platos voladores, pero no consigue ninguna de las dos cosas, mientras que el auténtico Lumière ya ha ganado, cuanto menos, bastante fama. Dentro y fuera de la pantalla, por lo demás, no sólo se muestra bien, sino múltiplemente acompañado.
Lumière es como el árbol que de las penas hacía flores: convierte las limitaciones presupuestarias en resortes creativos. Que el añejo cine al que homenajea y regulgita también se haya hecho bastante a pulmón le facilita las cosas. También, por cierto, la tecnología digital actual que, bien usada, logra mucho con muy poco. Aparte de los voladores, otros platos del menú Lumière son las cámaras rápidas, los virados cromáticos, trucas de todo tipo (empezando por las de sustitución), maquetas, máscaras y esa música “de cine mudo” que acompasa buena parte de lo que se ve. También se evoca un cine mudo notan viejo (el de los grandes clásicos del período industrial silente), del cual Lumière parece haber estudiado escenas y secuencias completas. Todo hilvanado por un falso documental con testimonios del camarógrafo, las actrices y otros colaboradores del protagonista.
TL-2... exhibe una estructura más integral, más propiamente de largometraje, que su antecesora (la cual no disimulaba su condición de collage de cortos). Más allá de eso, y de las destrezas y el ingenio anteriormente referidos, se extraña la novedosa frescura de la primera película. La novedad, ahora, está más bien desdibujada, lo cual provoca que los aciertos impacten menos, que los errores pesen más (como las flojas actuaciones de quienes hablan a cámara en el falso documental), y que algunos de los 85 minutos del metraje se nos hagan un poco largos. Guillermo Ravaschino
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