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PAGINA 12 / MI MUNDO PRIVADO

EL CINE DE T. LUMIERE

De principios de los ‘80 para acá, pasó algo muy jodido: junto con el saludable pasaje de los medios técnicos a manos de la gente (se abaratan las videos, las cámaras, los transmisores de radio o de televisión de baja potencia, etcétera) muchos realizadores fracasados y/o demasiado ambiciosos se refregaron las manos con un nuevo negocio: enseñarle a las masas de estudiantes de Letras arrepentidos, cinéfilos de todas las edades y pendejos creativos de clase media cómo tenían que ejercer su expresión o, si cabe la palabra, su arte. Al ritmo con el que la ola alternativa se convirtió en una batea de Musimundo o en la trasnoche de un canal de cable, proliferaron como hongos las escuelas para ser cineasta, realizador radial o periodista. A fuerza de lucro el programa se transformó en género y la acción en academia.

T. Lumière es uno de los pocos exponentes que quedan de lo otro, del cine salvaje no adiestrado. En segundo año del secundario abandonó la escolaridad para estudiar teatro, cine y video para poder realizar sus propias películas. Trabajó en una portería, de sereno en un supermercado o en dudosos locales del Once para pagar sus producciones, que en todos los casos lo tienen como guionista, actor, productor y director. Edita con dos videos hogareñas y musicaliza con una doble casetera, supliendo la falta de recursos con imaginación y con un estilo guiado por la estética de la precariedad. Ya tiene en su haber unas diez realizaciones, hoy prácticamente inconseguibles, pero es posible que en estos días se proyecte una retrospectiva completa de sus trabajos.

A mediados de 1995 asistí al estreno de Luna de miel, corto en VHS PAL-N, que se realizó en la casa del mismo realizador: Dos televisores interconectados, ubicados en dos habitaciones distintas, emitían la imagen del realizador vestido de traje presentando a otros cineastas amigos y sus trabajos. La única escenografía era un florero tan grande que dividía en dos la pantalla. Su corto mostraba cómo una raza de hombres-lobo copaba la tierra, mediante un mapa de Argentina (de esos que se usan en la primaria), luego otro de América y luego un mapamundi, que terminaba por convertirse en la cabeza de un lobizón por efecto de la más desastrosa truca de cuadro por cuadro.

Ese mismo día se proyectó Enajenado social, un corto que a más de uno se le hizo largo y que está casi completamente narrado por la toma subjetiva de un televisor. La única escena de gran despliegue, cuando estalla la cabeza del protagonista (el mismo Lumière), es explicada apenas terminan los títulos: se pasa de una toma de él a otra de un muñeco decapitado con el cuello lleno de hielo seco. Enajenado... era la adaptación de una obra teatral, y fue su primera realización. A ella que le siguió El extraño caso de la estudiante de metafísica acucharada, poco más que una estudiantina de 48 interminables minutos. Ambos son trabajos llenos de problemas, pero le permitieron foguearse y aprender de a poco un oficio. Es a partir de trabajos como Páginas Doradas o Inspector Vincent Junior Vs. The Invaders que su estilo se empieza a definir: Lumière es deudor artístico de la Slapstick Comedy (el cine mudo cómico norteamericano), las series de los setenta y ochenta, el cine bizarro y la comedia teatral. De esta época son sus trabajos junto al grupo de actuación Tara Club Show, del que sacará mejor provecho en las producciones mudas que en las habladas.

Páginas Doradas es un slapstick protagonizado por los dedos índice y mayor de Lumière, que tienen más de un problema para discar un número y finalmente sufren una muerte lenta bajo el tubo de un viejo teléfono. El montaje se hizo en el mismo set, usando una video hogareña y la misma cámara que se había utilizado para filmar. Inspector Vincent Junior... es, a la vez que un slapstick, un homenaje a la serie Los Invasores y un videojuego: cada escena (en largo plano secuencia) es como un nivel de un juego electrónico y toda la obra está atravesada por una insistente música programada de lo más primitiva. El final no es coronado por un glorioso the end, sino por un frío game over. Ese mismo año realizó Oh!, conjunto de sketchs pensado como un piloto para televisión del que hoy prefiere no hablar, y que fue su último trabajo con la disuelta compañía Tara. Poco después fue el turno de Que Lío!, armado con la actriz, parte del equipo y las ganas que habían quedado de un rodaje inconcluso de un guión llamado Victoria. Qué Lío! es una obra romántica redactada en pocas horas, entre la comedia y el absurdo. Una doble traición de pareja tiene como culpable final al mismísimo creador del universo, Dios. Ante la impotencia, ambos protagonistas se suicidan por ahogamiento colocándose un broche en la nariz.

En 1995 Luna de miel constituyó un salto calculado: el objetivo era volcar toda la experiencia previa sin desmerecer el propio estilo. El corto fue galardonado cuatro veces, incluyendo el Premio Obras de Excelencia del 18 Festival de Video de Tokio. Con ese dinero pudo realizar Inferno, serie de cortos en 16 mm. que narran las penurias de un operario de una caldera que se suicida para escapar de la tiranía de su jefe, pero que por matarse debe repetir su trabajo en el averno, maltratado por un demonio idéntico a su patrón. “Mi objetivo era demostrar que podía hacer cine convencionalmente correcto”, comenta Lumière, al detallar cómo fue su primer trabajo en formato profesional.

La experiencia sirvió para advertir que su humor estaba destinado al formato breve. En ese marco realizó Love me to Death (Ámame hasta la muerte), videoclip independiente de un tema del grupo The Mission. Se trata de una historia de amor y de vampiros, en la que Lumière debe luchar contra un esqueleto chupasangre (visiblemente manejado por una docena de hilos) para salvar a su novia. Acabará matándola, con una pata de palo perteneciente al mismo esqueleto, que hace las veces de estaca. La filmación en interiores fue hecha en la casa de Lumière, que durante dos días estuvo plagada de velas y con un ataúd en medio del living.

El último trabajo importante fue Visit from outer space (Visita del espacio exterior), que combina trabajo de actores con animación cuadro por cuadro y maquetas: un marciano forrado en cartón con una lamparita encendida en el pecho lucha contra policías con insignias de papel, mientras los edificios de Buenos Aires (en rigor, una cantidad de cajas pintadas con aerosol) es atacada por tazas de café (platos voladores) que arrojan medialunas de grasa sobre la población (playmobils, autitos a fricción y adornos de living). Defienden a la ciudad una flota de aviones de papel, que se auto-arman antes de despegar y que disparan lápices y biromes. La escena del ataque concluye con los asistentes apagando a baldazos el fuego en el set de filmación.

El último fracaso en su intento por arribar a la TV fue Gane dinero fácil, divertimento de seis minutos en que un oligofrénico presentador (que recuerda a Jim Carrey) se ríe de la suerte de dos participantes que, para ganar un ventilador, deben hacer explotar un globo. Al intentarlo, es su propia cabeza la que estalla. En estos días Lumière se encuentra terminando su último corto 0-600-Amor-ya, comedia agridulce que cuenta la historia de dos jóvenes que se conocen por un servicio en conferencia. La abundancia de texto, el tono azul de las imágenes y un diferencia notable en la forma de contar parecen marcar una nueva etapa. Pero con Lumière nunca se sabe.

Una filmografía hecha a pulmón, sin equipo fijo, sin plata, sin isla de edición, sin luces y sin ni siquiera una cámara propia. Un humor inofensivo y naif, pero sostenido por una fuertísima ironía, una penetrante acidez y un cierto toque dark. Una estética de la precariedad tanto impuesta como elegida, un trabajo solitario (a pesar de tratarse de cine), una voluntad y un deseo enorme para hacer lo que se quiere. No es poco para esta época. Acaso estaría bueno, en el futuro, algún tipo de articulación con otras propuestas. Tanto los fanzines, como los medios comunitarios o el arte independiente tienen su espacio de encuentro e intercambio. Más allá de algunos festivales (muchas veces movidos por el lucro o el proselitismo político) no pasa lo mismo con el cine. Lumière es la prueba de que el trabajo puede hacerse. Estaría bueno que, además, también hubiera lugares para que pueda exhibirse.





 
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