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EL ÁNGEL EXTERMINADOR - Sangre, sudor y lágrimas: Tetsuo Lumière, la vida en la obra.

Por Soledad Pardo


Decir que Tetsuo Lumière pone su vida en su obra es mucho más que referirse a la cuestión de la pseudo-auto-biografía con la que este director llegó hasta las salas oficiales.


TL-1, Mi reino por un platillo volador (2004) es, por un lado, su primer largometraje, en el cual efectivamente se dedica a recrear su propia vida (y muerte) a modo de falso documental. El embarazo de su madre, sus juegos de niño, sus amores, sus proyectos cinematográficos, su tumba: todo su supuesto paso por este mundo está condensado en clave humorística en este inclasificable film.


Pero también es, según sus propias palabras, su sueño, el que siempre tuvo, y al cual le dedicó todo su tiempo y sus recursos. Aquello de “mi reino por...” no es casual: en el film aparecen retratados los mil y un esfuerzo que le significó a Lumière realizar su ansiada película.


Sangre, podríamos pensar, porque Lumière le puso el cuerpo al oficio de realizador a tal punto que llegó a enfermarse. El amor al arte le costó una crisis de estrés que lo dejó en cama y, en ocasiones, una dieta a base de sobras de la basura. Sudor, porque el esfuerzo que le exigió su vocación llegó a implicar cosas como la edición del material con la ayuda de las videocassetteras de un supermercado en el que trabajó. Lágrimas, porque nada de esto fue fácil, el propio Lumière admite haber pasado por varias de estas situaciones con mucha tristeza.


Todo esto se puede comprobar al escuchar las declaraciones del director, pero se puede suponer ya desde el propio film. TL-1, Mi reino por un platillo volador (re)construye la vida y la obra de Lumière, la relación entre ambas y todas las complicaciones que tuvieron las dos. Y lo hace desde el humor, jugando en el límite entre ficción y documental. Los gags de inspiración chaplinesca/keatoniana suavizan lo terrible del argumento y lo transforman en una película que arranca risas. El absurdo llega a incluir personajes suicidas que deciden ahogarse poniéndose broches para colgar ropa en la nariz... A ellos se le suman muchos otros elementos, como la alusión a todo el cine mudo en general y sus características (vemos intertítulos, gesticulaciones...) o la parodia a los géneros (el melodrama en versión cuasi telenovela, la ciencia ficción de robots y naves espaciales, las películas de terror con asesinos u hombres-lobo...). Encontramos hasta un tinte romántico en la figura de ese Lumière con infancia de niño incomprendido, solitario y de pocas palabras; que encuentra la felicidad en la oscuridad de una sala de proyección o entre los rincones de una habitación repleta de latas de películas. E incluso rasgos kitsch, en ese afán de mostrar hasta la cinta adhesiva de la escenografía para transformarla en un elemento estético más... Pero tal vez lo más notable del film sea la intención, clarísima en la secuencia del ataque de platillos voladores a la ciudad de Buenos Aires, de explotar los recursos más pequeños e improbables transformándolos, a la vez, en signos de otra cosa y en signos de sí mismos. Dicho de otro modo: la intención de transformar tazas de té que lanzan medialunas en platillos voladores que lanzan misiles... pero que son tazas de té que lanzan medialunas. Y lo mismo con los aviones de papel lanza-biromes: se supone que son aviones que lanzan misiles, pero que también son pliegues de papel que arrojan una Bic cada uno.


Como se puede ver hasta acá, la película es una fuente de información permanente, riquísima y con muchísimas formas de ser abordada. El hecho de estar construida a partir de cortometrajes a los cuales se les dio un hilo conductor, la transforma, además, (¡y como si esto fuera poco!) en una especie de juego de muñecas rusas, en el que distintas historias se incluyen dentro de una que las contiene a todas.


Por todo esto constituye, aparte de una rareza muy recomendable por el sorprendente grado de creatividad que alcanza, un verdadero desafío a todo intento de análisis y clasificación. Tetsuo Lumière ha inventado un idioma propio, y a los espectadores nos resta inventar nuestra forma de abordarlo.


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